En el cine documental latinoamericano, la memoria familiar ha sido detonante de múltiples exploraciones identitarias. Obras como Los Rubios de Albertina Carri, Argentina en 2003, Retratos de una Búsqueda de la mexicana Alicia Calderón en 2014 y Nikkei de Kaori Flores, Venezuela 2011, han tejido relatos donde lo íntimo se vuelve político, y lo doméstico, archivo. En estos filmes, el hogar no es refugio sino territorio de disputa simbólica; siendo la genealogía una línea discontinua que forma parte de la red afectiva como si se tratara del sistema nervioso de un cuerpo, al superar la fragmentación y contradicción. En ellos, la cámara no busca respuestas, sino huellas; que, en cada imagen, en cada silencio, en cada ausencia, se revela una forma de narrar que desestabiliza las estructuras tradicionales del documental, en las que no hay voz omnisciente, no hay cronología cerrada, no hay verdad única. Lo que sí existe, es búsqueda, relectura, reescritura.
Estas obras comparten una pulsión ética: la de mirar hacia atrás sin nostalgia, pero con cuidado. Presentando la memoria no como él testimonio definitivo, sino como materia viva, en constante transformación. El archivo —fotográfico, sonoro, oral— se convierte en cuerpo narrativo, en espacio de interpretación. Lo familiar no es origen ni destino, sino tránsito. La identidad se construye en el cruce entre lo heredado y lo imaginado, entre lo que se recuerda y lo que se reconstruye. En esa intersección, el documental latinoamericano ha encontrado una voz propia: íntima, fragmentaria, profundamente humana.
En ese mismo cruce se ubica Buscando a Vivian Maier de John Maloof y Charlie Siskel en 2013, una obra estadounidense que revela el legado fotográfico de una niñera que, sin saberlo, se convirtió en una de las figuras más fascinantes de la fotografía urbana del siglo XX. Descubierta por azar en una subasta, su archivo de más de cien mil negativos transformó la percepción sobre el anonimato artístico y el valor del gesto cotidiano. Pero mientras Maier es revelada por terceros, El Extraordinario Viaje del Dragón, nueva obra de la cineasta Kaori Flores Yonekura, 2025. Seleccionada para representar a Venezuela en los Premios Goya 2026, nace desde la herencia directa. No hay hallazgo fortuito, sino vínculo afectivo. No hay reconstrucción biográfica, sino respiración compartida. Kaori no descubre a un genio oculto: lo acompaña. Y en ese acompañamiento, convierte el archivo en mito, la migración en metáfora, y el sonido en cuerpo.
Es en ese contexto, donde emerge una obra que no solo dialoga con esta tradición, sino que la expande. A diferencia de sus predecesoras, no parte de entrevistas ni de reconstrucciones dramatizadas. Su punto de partida son tres álbumes fotográficos que contienen más de 900 imágenes tomadas por Yoshitomi Furuya, tío abuelo de la directora. Y es desde allí que Kaori construye una poética visual que no busca explicar la historia de Furuya sino que la siente, la respira, la escucha. Y en ese gesto, transforma el documental en experiencia sensorial, en acto de memoria afectiva, en viaje extraordinario.
El archivo como cuerpo narrativo
Más de 900 fotografías restauradas digitalmente no son ilustración ni contexto: son el eje narrativo. Furuya, soldado japonés, migrante en Perú, confinado en Venezuela durante la Segunda Guerra Mundial, fotografió su entorno con una mirada que no juzga, pero observa. Kaori, en lugar de imponer una lectura, permite que cada imagen respire. El montaje es contemplativo, la voz en off no explica, sino acompaña. Hay una ética del silencio que atraviesa el filme: no hay dramatización, no hay inferencias vacías, no hay reconstrucción banal. Solo imagen, sonido y memoria.
¿Quién narra? ¿Furuya, desde sus fotos? ¿Kaori, desde su voz? ¿El dragón, desde su rugido? La obra se construye como palimpsesto: capas de tiempo, de afecto, de interpretación. El archivo no es origen ni destino, sino tránsito. Y en ese tránsito, la migración se vuelve metáfora: no solo geográfica, sino simbólica, estética, sonora.
El dragón que se escucha
La figura del dragón, presente en la cosmogonía asiática, se convierte en personaje sonoro. Rugidos, respiraciones, pasos y alas fueron diseñados durante seis meses de exploración acústica. El dragón no aparece plenamente en pantalla, pero se siente. Es cuerpo migrante, es subjetividad en tránsito. Las piezas musicales, todas de dominio público, fueron reinterpretadas y regrabadas para generar una atmósfera que dialoga con la imagen restaurada. El sonido no acompaña, habita.
La película cuenta con cuatro mezclas distintas —estéreo, surround 5.1, versión para salas de cine y versión para plataformas— lo que revela un compromiso técnico con la experiencia sensorial del espectador. Pero más allá de lo técnico, hay una decisión estética: el sonido como extensión del cuerpo, como memoria que respira. En ese sentido, el dragón no es símbolo: es sintaxis. Su rugido organiza el relato, su respiración marca el ritmo, sus pasos trazan el mapa.
Venezuela como espacio de transformación
En tiempos donde la narrativa sobre Venezuela suele estar marcada por el éxodo, Kaori propone una mirada inversa: la del país como territorio de acogida. Furuya no huye, llega. Y en su llegada se transforma. Ocumare del Tuy, lugar de confinamiento durante la II Guerra Mundial, se convierte en espacio de reinvención. El dragón no escapa: se adapta. Y esa adaptación es también una forma de resistencia.
La película no idealiza, pero tampoco victimiza. Hay ternura, hay rigor, hay cuidado. Venezuela aparece como espacio posible, como lugar donde la migración no borra, sino suma. En ese gesto, el documental dialoga con otras obras que reivindican lo local como espacio de transformación, pero lo hace desde una estética del archivo, desde una ética del afecto.
El mito como método
El Extraordinario Viaje del Dragón no es solo un documental, es una propuesta estética, ética y política. El dragón no es personaje ni símbolo, es método. Es la forma en que Kaori narra, respira, recuerda. La migración no se explica, se escucha. La memoria no se ordena, se siente.
En cada fotografía hay un mundo. En cada rugido, una historia. En cada mezcla sonora, una posibilidad de lectura. Y en cada espectador, un dragón que sigue volando. Por ello la gran importancia de ver en pantalla no solo la historia a través de la fotografía, sino observar parte del proceso de restauración, conservación y digitalización del material con un cuidado del diálogo antropológico entre el archivo fotográfico y el viaje, la reconstrucción de la historia familiar y la transversalización de la historia global, la percepción y los hechos, pero es aquí donde Kaori le agrega una capa más, al introducirnos en este contexto el sonido, específicamente en el lenguaje, usado desde la cadencia oral para situarnos geográficamente en el tiempo y el espacio, todo en una interrelación que se funde en el crisol transformador que nos da en la frase inicial de la película.
Técnica, ética y emoción
Desde el punto de vista técnico, el documental demuestra un dominio preciso del ritmo, la composición y la curaduría visual. Cada fotografía fue tratada como una pieza de museo, respetando su textura original. El diseño sonoro, lejos de ser decorativo, funciona como puente emocional. La edición evita el efectismo y apuesta por la fluidez semántica, integrando tiempos verbales y conectores naturales que humanizan el relato.
Pero lo más valioso es su ética narrativa. Kaori no impone una interpretación sobre las imágenes; las ofrece como posibilidad. No hay inferencias ni dramatismos innecesarios. El rigor documental se mantiene intacto, incluso en los momentos más emotivos. La directora entiende que el archivo no es solo memoria: es responsabilidad.
En resumen
"El Extraordinario Viaje del Dragón" es mucho más que un documental. Kaori Flores Yonekura logra una obra íntima, universal y profundamente latinoamericana. La obra producto de una cineasta venezolana de ascendencia japonesa, construye un relato que parte de su propia genealogía para dialogar con la historia colectiva. El filme, se articula como un ensayo visual sobre la identidad del migrante, la resiliencia y el poder de la imagen.
La decisión de representar a Venezuela en los Goya no es casual. El filme dialoga con otras obras latinoamericanas que exploran la memoria desde lo íntimo, como No Nos Moverán (México) o Un Poeta (Colombia). Pero El Extraordinario Viaje del Dragón destaca por su enfoque visual. No hay recreaciones ni dramatizaciones, solo fotografías, voz y silencio. Y en ese minimalismo, encuentra su fuerza.
El Extraordinario Viaje del Dragón es una obra que trasciende el género documental. Es un acto de amor por la memoria, una reivindicación del migrante como sujeto activo de la historia, y una celebración de Venezuela como territorio de encuentro. Kaori Flores Yonekura no solo dirige: acompaña, respira, transforma.
Así que acompaña este extraordinario viaje en las salas de cine venezolanas que ya se encuentra disponible desde el 2 de octubre, para acompañar este hermoso viaje de un dragón que hizo de Venezuela su hogar.
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