Un hombre, joven y de atractivos
atributos físicos, contempla su cuerpo semi desnudo frente al espejo y descubre, con rostro consternado,
la presencia de una extraña mancha a la altura de la pelvis; a pesar de ello, y
de los visibles signos de enfermedad posteriores, sus días transcurrirán en un
ciclo de sucesivos encuentros sexuales con distintas mujeres, tan jóvenes como él, que solo se
detendrán en el instante en que ya no le sea posible disimular la ruina en la
que ha quedado su salud, y las
consecuencias que ha dejado en la vida de algunas de ellas.
Así de cruda se nos presenta la situación que
nos plantea el cortometraje “La última vez”, de la cineasta
Isabella Rivero, seleccionado recientemente en el concurso Cortoscopio 2024 de
la Unión Europea, en la temática relativa a Salud Sexual.
Si tuviésemos que resumir nuestra opinión sobre este trabajo, resaltando apenas dos cualidades que se desprendan de él, sin dudas, señalaríamos:
1) La de mostrarnos el poder del lenguaje del cine para narrar situaciones complejas, a través de imágenes en movimiento, y hacernos sentir y pensar al respecto.
2) La de servir de magnifico puente para
comprender la escritura crítica sobre el cine como una actividad de la cultura
que se realiza a través de un dialogo con la obra audiovisual.
En este orden de ideas, “La última vez” se
presenta como una obra que busca hablar con el público, con la intención de contarle
algo tan complejo y profundo, como el problema de las enfermedades de
transmisión sexual y ciertas conductas o practicas a ellas asociadas; y lo
hace, o intenta hacerlo, de la manera más impactante posible, en corto espacio
de tiempo de 2 minutos.
Como la propia Isabella Rivero
ha tenido la gentileza de compartirnos, tal vez, haya sido esta circunstancia, de
tener que decir algo (en apenas 120 segundos) con imágenes, signos, símbolos, y
sin prácticamente ningún dialogo, que resulte lo suficientemente significativo
como para que el espectador no solo lo sienta, sino que también reflexione, el
escollo más grande a superar a la hora de realizar este interesante audiovisual.
Si algo podemos decir, a ese respecto, es que,
si eso era lo que perseguía nuestra directora, en buena medida, lo ha
conseguido. Pero, cabe acotar, que no sin asumir un riesgo, cuya presencia
puede delatarse en la estructuración del corto, como es: la transgresión de la
clásica estructura narrativa Aristotélica. Y aun cuando esto no suponga pecado
capital alguno para el realizador, sin embargo, si le lleva, o puede llevarle,
a exponerse a una de las más frecuentes implicaciones asociadas con la
ocurrencia de ese tipo de hecho, a saber: la de dejar a cargo del espectador la
“construcción” del sentido de la historia. Claro está que la interpretación
entra en el campo de la libertad de pensamiento del individuo, pero, no por
ello puede soslayarse la circunstancia de que las impresiones y conclusiones a
las que pueda arribar el espectador, sean muy distintas a los presupuestos
conceptuales inicialmente concebidos por el director en su interés de llamar la
atención sobre determinados tipos de conductas, afines a la propagación de
enfermedades de transmisión sexual; acarreando, con todo ello, además, la valoración
contradictoria de la funcionalidad de ciertos
elementos técnicos (colores, símbolos, actuación, etc.) puestos en escena.
Veamos:
Por ejemplo, en lo relativo al carácter de los
personajes: si bien el protagonista parece estar enfermo y, aun así, seguir sosteniendo
intercambios sexuales con distintas mujeres, nada obsta para que quede abierta
a la imaginación la condición de alguna de ellas, si no todas, de practicantes
de la prostitución, y que haya sido con ocasión de tal carácter la ocurrencia los
encuentros íntimos; lo que, a su vez, plantea la cuestión de que esa puede
haber sido la vía por la que él contrajo la enfermedad, que ahora propaga indiscriminadamente. A esto,
sumemos el hecho de tras la inapropiada conducta promiscua del protagonista,
más que una simple y pura irresponsabilidad, se esté mostrando una conducta
patológica (ninfomanía) propaladora de grave problema de salud pública.
Finalmente, si se descarta la prostitución como móvil sexual, entonces, queda
abierta la idea de que la conducta de las féminas esté diciendo mucho de los
riesgos de caer, de sucumbir, ¿por ingenuidad? ¿manipulación? ¿deseo?, en
relaciones sexuales peligrosas, sin siquiera adoptar los elementales métodos de
protección, para evitar así ser víctimas de enfermedades de transmisión sexual.
Vale acotar que todo esto tiene su correlato
en el campo de los colores y objetos utilizados como símbolos significantes
dentro del sentido de la trama. En cuanto a lo primero, consideramos que los
colores empleados no alcanzan a comunicar la gama de emociones y situaciones
presentes en la turbulencia de la historia que está teniendo lugar ante
nuestros ojos; donde no sólo hay
presencia de tristeza (azul), tragedia (blanco y negro) y peligro (rojo), sino de otras emociones y sentimientos, no
menos importantes, como el deseo sexual, el amor cándido, la muerte, etc, cuyas
tonalidades, de estar presentes, pudieran representar puentes o transiciones,
de unas a otras, susceptibles de delinear una secuencia capaz de desembocar en
un color contentivo de la significación de un desenlace, tan fatal como el
propio problema respecto del cual desea llamarse la atención.
Otro tanto podemos apuntar en
lo concerniente a la presencia de la flor de papel. En este elemento, creemos,
se encuentra contenido, si sino todo, una buena parte de la carga simbólica de
“La última vez”, pues, no solo constituye la figura que delata la falsedad y la
frivolidad propia del tipo de relación a la que conduce el caballero con sus
encantadores atributos físicos, sino, la naturaleza misma de las relaciones
promiscuas, capaces de dejar en la vida de las personas manchas tan
indelebles como las que el protagonista ha estampado en algunas de sus
¿victimas? Lo que, a su vez, lleva a preguntarnos: ¿a cuantos más habrán
contagiado ellas, después?
Llegados a este punto, y dando por descontada
las implicaciones del problema de la amplitud interpretativa a la que puede
conducir el cortometraje en comento, debido a la forma en la que ha sido estructurado,
debemos afirmar algo que puede ser catalogado como un contrasentido, pero que,
en realidad, no lo es: los detalles a que nos hemos atrevido referir, no
operan como defectos en desmerito de la obra audiovisual. Antes, por el
contrario, son elementos que delatan la virtud implícita en la forma adoptada
para atreverse a plantear algo sobre un tema tan cardinal, partiendo para ello de
una situación particular, que, por la fuerza de su universalidad, termina cuestionando
y denunciando a un tipo de sociedad en la cual perviven, frente al tema de la
educación sexual, taras decimonónicas, más afines con la preservación de prejuicios
y moralismos hipócritas, que con un asunto humano tan sensible como la salud pública,
la cual, además, no se agota en el uso del preservativo, sino que puede y debe
extenderse en forma de crítica y denuncia pedagógica de las poderosas
tendencias promotoras del consumo del placer sexual, sin parar en las
consecuencias de ello en el seno de la población mundial. Se trata, a nuestro entender,
de un poderoso mensaje con importantes implicaciones socio culturales.
En resumen
No resta más que repetir lo
dicho al comienzo: Si algo ha logrado con creces el cortometraje “La última vez”,
es hacernos pensar a partir del sentir sobre algo en torno a lo cual sigue
habiendo mucha tela por cortar, cuando no de hipocresía e irresponsabilidad.
Y hasta en eso la flor de papel acierta, aun cuando no todos interpretemos lo mismo.
Artículo de Francisco Marín
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