Los rincones de la memoria trasegados por los hilos invisibles de los recuerdos permiten introducirnos en lo inverosímil de nuestra psiquis, esa irracionalidad en nuestro ser puede con eventualidad crear casi de manera inmediata historias que transcurren entre lo real y lo efímero de la propia vivencia humana.
Es así como el uso de estos recursos en los géneros cinematográficos, especialmente en esos thrillers de terror, suspenso psicológico y realismo mágico sean los que permiten plasmar en el cine algo tan palpable como la realidad misma. Por ello allí, en los callejones de la mente humana donde las sombras son más largas que la vida, una historia se gesta a través de los hilos tejidos por el miedo mismo.
Entonces, la neblina se aferra a las calles de la memoria, y en el crepúsculo del celuloide, una nueva sombra se proyecta sobre el maltrecho lienzo de la pantalla: No Voltees, el último conjuro fílmico de Alejandro Hidalgo, responsable por filmes como La casa del fin de los tiempos, la primera producción de este género en Venezuela estrenada en 2013, y El exorcismo de Dios estrenada en 2021, siendo su primera película en inglés y que le da su entrada a Hollywood.
Hidalgo, nos trae en este 2025, una pieza que se atreve a hurgar en las entrañas del miedo más primario, que pareciera una de esas historias susurradas por la noche en medio de una reunión casual, un grito mudo atrapado en la garganta que solo se puede gesticular, resultando así en la cacofonía fantasmagórica del género que, como un viejo bluesman, cuenta verdades incómodas bajo la tenue luz de una bombilla.
El denso tejido del miedo y la memoria
Entrelazado como los hilos de una manta de lana, el filme escrito por el reconocido guionista mexicano Ricardo Avilés, conocido por historias como: “Todas menos tú”, “Mi maestra se comió a mi amigo”, además de algunas series televisivas. En este 2025 trae “No voltees” una historia de horror que parece sacada de la vida real.
Allí Avilés hace una gala literaria propia del thriller de suspenso y terror, que transcurre entorno de un drama familiar que da pie en la introspección de la memoria propia y familiar, los avatares de las mecánicas filiares, la violencia física y psicológica junto a los matices propios de los desórdenes de personalidad que vienen dados tras las escoriaciones de una vida llena de secretos, costumbrismo arraigado y codependencia manifiesta intrínsecas de un entorno rígido y conservador.
De esta manera Ricardo aprovecha para plasmar la historia de dos hermanos, Aurora y Martín quienes vuelven a la casa familiar para cuidar a su madre enferma, luego que su cuidador sufriera un accidente en el lugar, pero no todo resulta ser tan sencillo, dado a que la casa y su madre esconden un secreto horroroso, por ello se ven obligados a enfrentar la terrible realidad que los ha perseguido por años y los arropa con un cobertor de traumas violentos y una presencia sobrenatural que los agobia.
Bajo esta premisa, Avilés usa el incidente violento para comenzar la historia que, a pesar de ser lineal, se interrumpe propiciamente con los flashbacks de la memoria, para darnos de esta manera un contexto fundamental en el flujo narrativo, creando los puntos de giros necesarios que le dan movimiento a la trama. Es así como el uso de elementos finamente colocados en el diálogo, dan introducción a los subtextos imprescindibles en la creación de capas cada vez más profundas que se van exponiendo a través de los 94 minutos de duración del largometraje.
Por consiguiente, el guion no se trata solo de un ente que acecha, sino de la resonancia de un trauma, una culpa que se niega a morir. La trama se desenvuelve con una paciencia perturbadora, revelando capas de dolor y secretos familiares que son más espeluznantes que cualquier aparición. Los diálogos son concisos, casi telegráficos, cargados de subtexto y presagio, lo que permite que el silencio y las miradas hablen volúmenes. Es un guion que confía en la inteligencia del espectador para unir los puntos de una pesadilla hilvanada con hilos de paranoia y arrepentimiento.
El rostro del miedo
Desde el primer fotograma, la cinematografía de No Voltees a cargo del reconocido director de fotografía venezolano Horacio Martínez quien ha dejado su huella en filmes como “Simón”, “Templed” y “termination”. En la cinta de Hidalgo, Horacio evoca el universo del miedo, el terror psicológico y el suspenso, no desde la habitual capa de claroscuros, imágenes completamente desaturadas o la danza entre luces y sombras. Aqui Horacio recurre a un contraste diferente, presente una luz semicálida, casi llegando al tono frio pero sin abusar de él, recordando la nostalgia de esas fotos que se comienzan a deslavar, con una estética sutil que al comienzo te introduce en la confianza y confort, pero de a poco se adentra en el miedo, como la memoria en los recuerdos.
Este universo, donde la oscuridad no es el telón de fondo, sino un recurso magistral para llevarte a lo profundo de lo sobrenatural se despliega ante los ojos del espectador, unos encuadres fotográficos que enmarcan cada diálogo y situación como si se tratarse de esos cuadros expresionistas influenciados por el film noir, denotando esa atmosfera de glamur, misterio y decadencia. Precisamente allí el uso de encuadres cerrados en los primeros planos hace más evidente esta influencia, mientras los planos más abiertos permiten contextualizar el hecho de opresión y tensión que acompaña a el flujo narrativo.
Ahora bien, Martínez, el ojo detrás de la lente como un mecanismo de relojería, mueve la cámara de una forma tan delicada que en ciertos momentos hace sentir al espectador de la misma manera que el ente sobrenatural que ronda la trama. Este efecto junto a la disparidad del zoom suave y él rápido en los momentos de acción recrean esa misma tensión impresa desde el guion. En pocas palabras, es una dirección visual que no solo complementa el terror, sino que lo genera, haciendo del espacio un personaje más, un laberinto visual del que el espectador no puede escapar.
La actuación como una joya del horror
"No Voltees" brilla por su compromiso con la verdad emocional de sus personajes, incluso en medio del horror. Hidalgo no busca el efectismo gratuito, sino que construye la tensión y el miedo a través de la autenticidad de las reacciones humanas ante lo inexplicable. Hay una meticulosa atención al detalle en la puesta en escena, cada sonido, cada silencio, cada ángulo de cámara está diseñado para manipular la percepción del espectador sin recurrir a trucos baratos.
Desde una lectura arquetípica junguiana, los personajes de la película se revelan como espejos de nuestro inconsciente colectivo. Aurora encarnada magistralmente por Paulette Hernández, deja a la vista el ímpetu, pero también la vulnerabilidad de quien ha sido víctima de horrores desde la niñez representando la escencia misma del buscador, ese arquetipo del Héroe en plena jornada de confrontación, pero también al arquetipo de la Inocente o Huérfana inicialmente desprevenida, arrastrada a un mundo de horror. Su viaje es de individuación forzada, un descenso a la sombra.
En cambio, Martín interpretado por Alan Alarcón, muestra esa otra faceta de la víctima y el sufrimiento, quien ha creado un escudo en su memoria para discurrir una vida “un poco más normal”. Alarcón matiza entonces de manera inteligente un personaje repleto de bondad, pero lleno de cicatrices igual que su hermana, combinando de esta manera rasgos de varios arquetipos junguianos, siendo el más resaltante que engloba su función de "detonante" a pesar de su vulnerabilidad, es el Inocente o Víctima, conocido también como chivo expiatorio, incluyendo pinceladas del arquetipo del Huérfano y, paradójicamente, ejerciendo un rol catalizador para el Héroe.
El ente o fuerza maligna que los acecha, si bien externa, es la personificación arquetípica de la Sombra, quien es traída a la vida por Rogelio Gracia, en una actuación que hace al espectador saltar del asiento, sin recurrir a exageraciones y tan solo con apariciones determinadas, logra el cometido, infundir un miedo escalofriante, así al representar ese aspecto reprimido y oscuro del alma colectiva o individual que exige ser reconocido o, en este caso, temido y combatido.
No menos importante es la actuación de Lucero Trejo como Cleotilde, la madre. Una figura anclada en el recuerdo, muestra de la decadencia y el horror, que se niega al paso del tiempo. Lucero a través de expresiones faciales, cambios de humor y personalidad, deja ver los intrínsecos pasajes de la mente, la memoria, la salud mental y los atajos de la psiquis para discurrir una vida cargada de violencia, mostrando de manera fantástica la construcción de un personaje complejo, cargado de aristas como un cuerpo espín, donde la actuación es la estrella que palpita más allá del cambio por el maquillaje. Ahora bien como una figura femenina central, y suiche en el entramado de la historia, representa el arquetipo del Ánima, ese inconsciente femenino en el hombre, o incluso el arquetipo de la Gran Madre, por su aspecto devorador o protector, el cual navega según el rol que va ejerciendo en la historia.
El miedo también suena
Sin ser ostentosa ni recaer en los clichés propios del género, el filme usa la cotidianidad propia de la narración para envolver aún más al espectador dentro de la historia. Entonces podemos encontrar sonidos propios como pasos en la crujiente madera, el rechinar de una casa vieja, la apelación de la misma memoria sonora de los personajes para introducir de a poco en un mundo irracional e iracundo.
Esto se debe al trabajo estupendo del departamento de sonido y a la edición de Andrés Riva Saft quienes suman exitosamente ambos apartados convirtiendo al sonido en un personaje silente de gran importancia. Otro punto para destacar es la banda sonora que acompaña la película, la misma desde la música incidental hasta los temas escogidos resulta ser algo más que un simple acompañamiento de la historia, son en sí mismo una capa más en este complejo entramado.
En resumen
La película se adhiere a la premisa de que el verdadero terror nace de lo que los personajes sienten y lo que el público teme que les suceda, no de lo que se les muestra directamente. La dirección es económica, poderosa, y respeta la inteligencia del espectador al permitir que la atmósfera y la sugestión hagan gran parte del trabajo, evocando una respuesta visceral en lugar de dictarla.
Al comparar No Voltees con otras historias del género, su singularidad resalta. Si bien comparte el terror psicológico de Hereditary o la amenaza palpable de The Babadook, en cuanto a la encarnación de la pena o el trauma, Hidalgo infunde una sensibilidad latinoamericana que le otorga un matiz propio. No es tan visceralmente brutal como las nuevas olas del horror francés o coreano, sino más atmosférica y cargada de un fatalismo casi poético.
Así en el oscuro telar del cine de género, No Voltees es una hebra nueva, tejida con maestría y una visión sombría. Alejandro Hidalgo ha entregado una película que no se limita a asustar, sino que provoca, incita a la reflexión y recuerda que los monstruos más aterradores a menudo habitan en los rincones más profundos de nuestra propia psique. Es un trabajo que consolida su voz en el panorama cinematográfico, dejando una marca indeleble en el alma del espectador, un eco de ese terrible "no voltees" que resuena en la oscuridad mucho después de que la pantalla se apague.
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